Si cierras los ojos delante de una reconfortante taza de café, Baldomero es esa casa frente al mar, rodeada de altos pinos, construida en la década de 1920. Reformada y ampliada a lo largo de los años, pero aún conservadora de su modesta escalera, sus molduras de madera y su vasto encanto.
El rosa crepe de sus paredes remarca el eclecticismo disciplinado de aquel lugar propiedad de alguien que se desvive por hospedar, reunir y agasajar. Su interior, una mezcla entre moderno y antiguo, refleja la creencia de un lugar atemporal. La misma esencia que Naguisa recupera en cada una de sus colecciones.
El aroma a casero que desprende el tablero repleto de vasijas de loza aviva la fantasía de que, tras esas paredes, las verduras se arrancan del huerto y se arrojan a la parrilla, y las hojas de laurel decoran alguna reliquia de porcelana en la cocina.
Con paso firme, paseamos cómodamente junto a Bielsa, Ger, Urús, Das y Bellver. La sensibilidad estética de la colección parece ligada a este hogareño proyecto. Su originalidad y los cálidos matices de su decoración nos recuerdan a aquellos rasgos dignos de una gran obra contemporánea.
Delicado y elegante, pero con el estilo relajado de una casa de campo, los interiores de Baldomero son, como lo es VALL, el collage de toda una vida.