A medida que aumentamos la cantidad de material recolectado, la selección se vuelve más caprichosa y exigente. Con nuestro ramo a medio hacer, comenzamos a pensar en las piezas clave que lo harán único: aquella flor de color amarillo, luminosa, que proporcionará un contrapunto cromático (hipérico, hierba de San Benito, retama…). Ese tallo de textura fina que acentuará la ligereza al ramo (avena silvestre, campanilla, amapola… ) o, tal vez, esos frutos que contrasten con los verdes dominantes ( sauco, rosal silvestre.…)
El tiempo empleado en la recolección, así como la cantidad de plantas que llevemos de regreso a casa, han de ser los adecuados. Entre otras razones, porque las flores pueden deteriorarse si tardamos demasiado en ponerlas en agua, y porque tampoco debemos excedernos en lo que tomamos prestado de la naturaleza.
Todo este proceso vendrá a ser completado con la posterior composición creativa del ramo, momento en el que terminaremos de "hilar" nuestras impresiones. De hecho, el ramo final ha de ser el resultado de un recorrido concreto y de los pensamientos a los que fue dando lugar. En él se verá reflejado un tiempo estacional, un momento del día, un lugar… incluso un estado anímico. Al verlo terminado traerá a nuestra memoria aquella experiencia impresionista original: un recuerdo hermoso por asilvestrado, al igual que las flores de nuestro ramo.